lunes, 14 de septiembre de 2015

Primeras veces

Hoy se cumplen siete meses.

Sé que esos zapatos los compré el 14 de febrero porque fue la penúltima cosa que hice antes de ir a verlo.

Llegué con un plan. De manera muy sutil me comprometió a que llegara sin cancelarle como había hecho, por miedo, varias veces durante meses.

¿Miedo a qué?

Los astros siempre me han dado la razón. No hay cosas que mi intuición pasen por alto. Tenía miedo que fuera todo en lo que luego se convirtió. Conversaciones interminables de cualquier cosa mientras estamos cómodos sin tratar de descifrar lo que el otro piensa, sin pedir, sin exigir, sin esperar, solo dando.

Hace siete meses, yo llegaba con una botella, muchos miedos y el plan de desaparecer dos horas después.

El resultado: siete meses, incluyendo esa noche, de llegar ahí, hablar sin fin sobre todo, tomarnos las botellas, acabarnos los cigarros, escuchar los ronroneos y quedarme dormida en sus brazos.

Esa mañana del 15 de febrero, supe que había sido terrible cosa dejar que me cuidara la borrachera mientras me sobaba el pelo y el miedo me hizo escapar en cuanto amaneció. Anoche lo hizo otra vez y una vez más, escapé con los ruidos de la ciudad amaneciendo.

Cuando dos almas salvajes encuentran la ternura, todo alrededor se transforma.

Ahora le agradezco a la vida por siete meses de algo a lo que no le daba más futuro que febrero. Me asusta. Suelo huir en un mes, pero aquí me parece que estoy muy cómoda y es todo lo que no esperaba.

Mientras tanto, vamos muy a nuestra manera descubriendo nuevas formas de demostrar las cosas sin decir absolutamente nada.

Somos nada y todo a la vez, y sin embargo, esto sigue sin ser amor.